Caracas, 21 de septiembre de 2013.- Hace un tiempo leí un artículo de Bernardo Kliksberg, donde habla sobre la relación existente entre crimen y falta de escolaridad completa. Entre otras cosas habla de distinguir entre el crimen organizado y el común, resalta que para el segundo lo único que lo disminuye es atacar las causas de la delincuencia joven; incluso dice que aumentar la represión empuja a estos jóvenes al crimen organizado. Es en este lugar donde se inserta la necesidad de una educación de calidad.
Cuando pienso en cómo hacer que un cambio para nuestra sociedad se haga sostenible, siempre sale a relucir el tema educativo. Es aquí donde, más allá incluso del pensum, los niños tienen sus primeros contactos formales con al menos una parte de la sociedad. Un buen maestro y luego un buen profesor que dé el ejemplo, es un pilar fundamental para el cambio. Niños y adolescentes que no están en la escuela o liceo encuentran un riesgo social: demasiado ocio. Un joven en situación de pobreza, que no ha aprendido habilidades para el trabajo y ha abandonado su educación, tiene una probabilidad inmensa de caer en violencia o actividades ilegales.
Soy un fiel creyente de las bondades de la educación, por lo que estoy convencido de que ésta debe ser de calidad y para todos por igual. En Venezuela existe el gran reto de hacer que se incremente el número de niños, adolescentes y jóvenes que ingresa a un sistema educativo de calidad, y sobretodo ¡que obtiene al menos su escolaridad completa!
Evidentemente, esto no es algo que podemos resolver en el corto plazo, y los que toman decisiones (los gobernantes), rara vez están dispuestos a asumir un costo tan alto como el educativo, en el que los resultados se ven en el mediano y largo plazo. Además, los logros educativos muy escasas veces se relacionan con los gobernantes que tomaron esas decisiones. Por eso el reto como sociedad es incluso mayor, porque debemos enfrentar el problema de incrementar el alcance de la educación, y no sólo mantener la calidad, ¡es necesario aumentarla! Al mismo tiempo debemos exigir a nuestros gobernantes que hagan inversiones mayores en aquello que a primera vista no les traerá beneficios en su carrera.
Una guía del esfuerzo en esta materia es la inversión que se hace, que incluye los gastos en infraestructura (nuestras escuelas y liceos son insuficientes, y entre los que existen muchísimos requieren de arreglos y mantenimiento), en la actualización pedagógica de profesores, directores y sub directores, el mejoramiento de los servicios para el funcionamiento y un punto que parece evidente, pero no ha sido tomado en cuenta por muchos años: incentivar la carrera docente. Al decir incentivar me refiero a que necesitamos, como sociedad, que ser docente signifique algo bueno, para que los mejores muchachos quieran dedicarse a enseñar a otros. Este incentivo tiene muchas formas de ser aplicado, pero en la actualidad es casi inexistente.
Tengo la certeza en que si dedicamos un gran esfuerzo a mejorar la educación, podremos tener mejores oportunidades, y todos podremos vivir mejor. Estoy convencido, incluso más allá de los estudios científicos, que la esperanza de un mejor futuro la debemos depositar (y accionar sobretodo) en la educación. Apostemos por el futuro, apostemos por la esperanza, apostemos a nuestra educación.