Caracas, 28 de octubre de 2025.- Gustavo Petro no gobierna: narra. Y en esa narrativa, cada tuit, cada provocación, cada ataque no es quizá un desliz emocional, sino una pieza de un relato más profundo y peligroso.
El presidente de Colombia no ha dejado de hablar en clave revolucionaria. Ha vuelto el guerrillero del M19 y está escribiendo un libreto que ya conocemos: victimismo antiimperialista, defensa del autoritarismo vecino, e identificación del enemigo externo como fórmula para ocultar el desastre interno. En otras palabras: Petro está usando su cuenta en X (antes Twitter) como trinchera, para atrincherarse él.
Cuando María Corina Machado, líder opositora venezolana, fue galardonada con el Premio Nobel de la Paz, muchos esperaban al menos un silencio diplomático por parte del presidente colombiano. Pero no: Petro optó por el ataque.
Desde hace meses, el presidente colombiano ha evitado cualquier crítica seria al régimen venezolano, e incluso ha dado señales tácitas de respaldo al poder criminal que se ha instalado al otro lado de la frontera. Petro no solo no denuncia las redes del narcotráfico vinculadas al Cartel de los Soles, sino que en ocasiones insinúa que la narrativa estadounidense sobre Venezuela es parte de una conspiración imperialista.
No estamos ante un simple izquierdista nostálgico. Estamos ante alguien que ha decidido resucitar el personaje que lo llevó a la vida pública: el insurgente del M19. Pero ahora no con fusil, sino con micrófono. No busca tomar el Palacio de Justicia, sino el control del relato. Y lo hace apelando a los viejos fantasmas de la Guerra Fría: el imperialismo yanqui, la CIA, el capital como enemigo.
Su estrategia es simple: dividir, radicalizar y polarizar. Pero no por accidente. Como en el teatro clásico, Petro necesita un enemigo para definirse a sí mismo. Y ha escogido varios: Estados Unidos, Donald Trump, la derecha hispanoamericana, la oposición venezolana, la prensa, los empresarios, el sistema judicial.
Lo más grave, sin embargo, no es solo retórico. La permisividad de Petro con el régimen de Maduro ha tenido consecuencias reales para los venezolanos exiliados en Colombia. El presidente colombiano ha permitido que el brazo largo del chavismo penetre territorio colombiano.
Esa ambigüedad no es ingenua: es funcional. Petro necesita al enemigo venezolano como amigo. Y necesita que la crisis migratoria, lejos de ser una catástrofe humanitaria provocada por el régimen de Maduro, sea usada como pieza más en su narrativa del Sur Global oprimido por el Norte.
Pero Petro como Maduro, miente: Venezuela no es Oriente Medio, y Nicolás Maduro no es una garantía de estabilidad. El 28 de julio quedó claro que el país está unido –no fragmentado– en su deseo de libertad, duplicando en votos al dictador. Tampoco es cierto que las sanciones provocaron el éxodo: cuando se impuso la primera sanción económica en 2017, la pobreza ya se había disparado entre 2014 y 2017 de 53 % a 83 %, y la pobreza extrema de 25 % a 64 %, según la UCAB. La migración masiva no fue por un bloqueo, sino por el hambre y el colapso generado por un modelo autoritario y corrupto. Maduro no es víctima: es el victimario, y usted, presidente Petro, ha decidido asumir el triste papel de su abogado.
La pregunta que da título a este artículo es inevitable: ¿Petro está loco o sabe perfectamente lo que hace?
Si fuera un «loco», un presidente delirante, sus mensajes carecerían de estructura. Pero no es así. Petro no improvisa: construye un relato, selecciona a sus enemigos, eleva sus tensiones. Y al hacerlo, distrae. Cada confrontación en X desvía la atención de sus fracasos internos. Cada insulto a Trump, cada defensa a Maduro, cada ataque a la oposición es una cortina de humo que tapa los problemas de fondo.
Y lo más inquietante: conserva aún una base sólida, que ronda el 25 % de apoyo, a pesar del desgobierno. ¿Por qué? Porque mientras otros gestionan, él polariza. Mientras otros intentan consensos, él alimenta el conflicto.
Entonces llega el momento de película: el ring ya está montado. En un tuit público, Donald Trump responde directamente a Petro, encendiendo la contienda: acusa a Petro de ser líder en el masivo tráfico de drogas y de recortar ayudas. Con esa frase, Trump lanza el guante. y Petro acepta. ¿Se trata del gran logro del presidente colombiano? ¿Logró montarse al escenario mundial, enfrentándose al poderoso, ganando visibilidad internacional? ¿O está ante el mayor riesgo de su estrategia: quedarse demasiado expuesto, sin respaldo real de poder, ¿solo con el ruido de las redes y sin sustancia detrás?
La escena es clara: Petro logró lo que buscaba –un ring con Trump–. Pero el golpe final aún no lo ha dado. Y ahí está la tensión: ¿saldrá con el rabo entre las piernas? ¿O aprovechará ese momento para consolidar su narrativa, polarizar aún más, y convertir la confrontación en combustible electoral de cara a 2026?
Quizá sea ambas cosas. Quizá, como dice Shakespeare, there’s method in his madness. Pero lo cierto es que Petro ha optado por gobernar desde la trinchera narrativa, como un revolucionario que no logró tomarse el poder por las armas, pero que hoy lo detenta por la palabra. En cada tuit que lanza, hay menos Estado y más espectáculo, menos política y más teatro. Pero un teatro que distrae, confunde y, por ahora, podría funcionarle si no se le quita la máscara.
Este artículo fue publicado originalmente en El Debate