Caracas, 02 de julio de 2025.- En Venezuela ya no hace falta oponerse públicamente al régimen, ni marchar en las calles, ni firmar un manifiesto. Basta con publicar un estado de WhatsApp diciendo: «Ya no me quedan fuerzas» para que te arrebaten la libertad. No es un cuento distópico ni un invento de redes sociales, es la historia real de Merlys Oropeza, una joven de apenas 25 años, condenada a diez años de prisión por haber expresado su desesperanza en un mensaje privado.
Merlys no es un dirigente político, ni una activista pública, ni una figura mediática. Es una joven humilde, con una vida sencilla, una familia trabajadora, y un dolor silencioso que, como tantos venezolanos, quiso desahogar con sus amigos en una red social. Por eso mismo, fue detenida, torturada, juzgada sin garantías y condenada por «instigación al odio» y «asociación para delinquir». En su carta manuscrita desde la cárcel, escrita con una caligrafía temblorosa pero firme, Merlys revela el drama humano detrás del caso:
«No quiero que mis padres mueran de tristeza por lo que me está pasando. No estoy comiendo bien, no puedo dormir. Cada vez me siento más débil. No puedo creer que esto me esté pasando por un estado de WhatsApp».
¿Quién puede leer estas palabras sin estremecerse? ¿Qué clase de régimen necesita abatir así a una muchacha indefensa para mantenerse en pie? En su misma carta, Merlys clama:
«Estoy perdiendo la esperanza. Me siento sola. Solo le pido a Dios que no me abandone, que le dé fuerzas a mi familia para resistir este dolor».
Sus palabras son el eco de millones de venezolanos sometidos al miedo, al silencio y al desamparo. Son también la prueba más brutal del carácter criminal del régimen de Nicolás Maduro. Porque ningún gobierno legítimo encarcela a una mujer joven por expresar su angustia. Ninguna justicia verdadera permite que una lágrima escrita en WhatsApp sea tratada como un delito.
Sin embargo, esta barbaridad es la norma en Venezuela. No lo decimos nosotros: lo ha afirmado con claridad el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos hace pocos días. Solo en el último año, cerca de 3.000 personas han sido detenidas arbitrariamente, más de 30 han sido sometidas a tortura y más de 80 permanecen desaparecidas. Y lo más inquietante es que esos son solo los casos documentados. La cifra real es mayor. Más sombría. Más aterradora.
Quise dedicar esta columna al caso de Merlys Oropeza porque debería ser conocido en todo el mundo. Porque no se trata solo de una víctima más, sino de un símbolo: el símbolo de una dictadura que ha perdido toda conexión con la dignidad humana. Una dictadura que teme incluso al susurro de una joven que escribe «ya no me quedan fuerzas». Y al mismo tiempo, ella es también el símbolo de la resistencia interior que aún late en el corazón del pueblo venezolano. Les pido a todos lo que puedan, ayudar a levantar la voz por este caso por cualquier vía que puedan: redes sociales, medios de comunicación u organizaciones de defensa de los derechos humanos.
A Merlys la pueden encerrar entre cuatro paredes, pueden quebrar su cuerpo, censurar su voz, pero no pueden extinguir el clamor de justicia que ha despertado su caso. Hoy es ella. Mañana podría ser cualquiera que se atreva a pensar, a hablar, a vivir con libertad.
Pero también hay algo más fuerte que el miedo: la esperanza. La certeza de que ninguna noche dura para siempre. Maduro está corrompido, deslegitimado, aislado. Su régimen ya no tiene proyecto ni futuro. Solo le queda la represión. Y los pueblos no se doblegan eternamente.
Vendrá una etapa nueva para Venezuela. Una etapa de justicia, de memoria, de reconstrucción moral. Merlys saldrá de la cárcel. Los presos políticos volverán a abrazar a sus familias. Y el país podrá, al fin, volver a respirar.
Este artículo se publicó originalmente en El Debate https://www.eldebate.com/internacional/20250702/historia-merlys-oropeza-detenida-torturada-condenada-10-anos-carcel-whatsapp_312761.htm