Julio Borges: La guerra binacional


Caracas, 12 de octubre de 2022.- El terrorismo desafía los valores centrales de los derechos humanos (DD.HH) y del sistema jurídico internacional que los protege. Donde hay terrorismo no puede haber plena vigencia de los DD.HH. Por eso los Estados están comprometidos jurídica y políticamente a colaborar para enfrentar esta amenaza a la paz y a la dignidad humana. Venezuela lamentablemente pasó de ser una democracia civilizada y libre de amenazas terroristas, a ser el principal santuario de grupos subversivos en nuestra América; y hoy más que un santuario, ya es un teatro de operaciones desde donde se encuban acciones de desestabilización contra la seguridad de la región.

La prestigiosa organización Insight Crime publicó una investigación sobre las profundas raíces que ha echado el Ejército de Liberación Nacional (ELN) en Venezuela. Se trata de un trabajo riguroso desde el punto de vista metodológico, que nos presenta un panorama completo sobre las conexiones, los centros de operaciones y las actividades ilícitas que el grupo armado lleva adelante a lo largo y ancho del país. El reporte pone en relieve un elemento muy importante: el ELN pasó de ser una guerrilla colombiana a ser una guerrilla binacional. Según Insight Crime, el 40% de los miembros del ELN estaría en Venezuela, distribuidos en un tercio del territorio y con una presencia activa en al menos 40 municipios.

Aunado a ello, la organización habría movilizado a suelo venezolano parte de su estructura de narcotráfico. Un negocio que sería su principal fuente de financiamiento junto a la minería ilegal que se desarrolla al sur de Venezuela, donde el ELN ha multiplicado su influencia, al punto de ya tener actividad en la frontera con Brasil. Por último, la investigación puntualiza que esta agrupación delictiva sería un brazo armado de la dictadura de Nicolás Maduro para amedrentar a disidentes políticos, con el objetivo de cercar la lucha por el rescate de la democracia en el país.

Lo recogido en esta investigación solo puede ser leído a la luz de un fenómeno que tenemos tiempo denunciando y es que Maduro le ha dado cancha abierta al ELN para que haga y deshaga en territorio venezolano, para que convierta a Venezuela en su patio trasero y para que desde allí se reagrupe para la lucha armada en contra la institucionalidad democrática de Colombia. Las conexiones entre Maduro y este grupo son de tal nivel, que esta misma semana desde la casa presidencial venezolana los cabecillas de esta organización anunciaron el retorno a la negociación con el gobierno de Colombia, donde dicho sea de paso Maduro va a fungir como un supuesto veedor. Y allí es cuando uno se pregunta, ¿cómo alguien que le ha dado la gasolina al ELN para que haga la guerra en Venezuela y Colombia puede ser garante de paz?

Por supuesto que quisiéramos que el proceso de paz en Colombia terminara en buen puerto. Pero el Gobierno de ese país debe comprender la dimensión completa del problema. No es que el ELN se hospeda en Venezuela, es que el ELN es parte de la dictadura de Venezuela. Maduro y ELN son un mismo cuerpo unido más allá de un dogma ideológico o de una pensamiento de izquierda, se financian mutuamente del narcotráfico y de la extracción ilegal de oro que ocurre en el Arco Minero del Orinoco, donde hace unas semanas la propia Organización de Naciones Unidas (ONU) denunciaba las masivas violaciones a los DD.HH. en este territorio propiciadas por estos grupos armados, los cuales se aprovechan de la vulnerabilidad de la población para ejecutar prácticas de esclavitud laboral y sexual, así como asesinatos contra etnias indígenas que se resisten a los atropellos contra el ambiente y sus costumbres ancestrales.

Asimismo, al albergar estas organizaciones en Venezuela, la dictadura viola la resolución 1373 del Consejo de Seguridad de la ONU, que obliga a los Estados a cooperar en materia del terrorismo internacional y prohíbe expresamente ofrecer refugio a grupos de esta naturaleza.

Hay que entender que Maduro se sostiene del crimen organizado y el terrorismo. No olvidemos que increíblemente la semana anterior los Estados Unidos, a través de un indulto presidencial, liberaron a los sobrinos de Cilia Flores que habían sido condenados a 18 años de prisión por traficar 800 kilos de cocaína. Este acontecimiento, que sorprendió a muchos venezolanos, clama a los ojos de Dios. Es un evento injustificado que no ayuda a la liberación de Venezuela, pues fue un perdón a un grupo de narcotraficantes que le han hecho daño a nuestro país y también a los propios Estados Unidos.

Pero lo importante de esto es que abona al mismo terreno. Va en dirección al blanco que apuntamos y que no es otro que un Maduro sentado en un trípode de pilares delictivos. Un Maduro que le da la espalda a la convivencia democrática, los DD.HH. y la lucha contra el narcotráfico y el terrorismo. Un Maduro que no le conviene la paz de la región, porque el vive de la desestabilización y de que las democracias no funcionen. Un Maduro que utiliza a los presos políticos como moneda de cambio para salvaguardar sus propios intereses. Un Maduro que no le importa que venezolanos mueran en la selva del Darién a manos de grupos armados. Un Maduro que en definitiva es la raíz de muchos de los males no solo de Venezuela, sino también de América Latina.

Darle el crédito a Maduro, o hacerse la vista gorda sobre lo que ocurre en Venezuela, no va a aliviar el sufrimiento de millones de venezolanos, ni tampoco va a traer la paz a la región. Lo que se requiere es crear un nuevo plan para presionar dentro y fuera de Venezuela por un cambio político que abra las puertas no solo de la libertad en el país, sino de un nuevo capítulo de prosperidad, DD.HH. y democracia para la región.

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