Lucio Herrera: Amor de tres


Valencia, 15 de febrero de 2019.- Fue un doce de febrero pero no como todos. Aquel día quedaría marcado para Jesús, también para Camila. Ambos marcharon, hablaron en tarima y se enamoraron.

El salió a las ocho de su casa, porque es tempranero en eso de llegar a las convocatorias. Ella, por el contrario, salió a las diez y una vez más se hizo esperar por el grupo de la U, como cada vez que tienen reunión, o más allá, cuando les toca marchar o protestar, o simplemente cuando se juntan para tomarse unas negritas.

No fue que se conocieron ese día. Ya ellos había compartido otras veces, hasta guerrearon juntos en el diecisiete. El usaba capucha como otros y sintió el ardor de perdigón dos veces, aunque por suerte venían de la distancia y solo dejaron un par de marcas cuando cicatrizó la piel. Ella por su parte ayudaba con el equipo de apoyo de los cascos azules. Ese día los dos estaban de tricolor.

Caminaron desde el rectorado camino al Sur. La avenida parecía un solo cuerpo en movimiento, como una anaconda gigante de mil colores que se mueve en la sabana en busca de la frescura de un caño. Y así fueron llegando de todos lados. Ellos, cada quien con su grupo, se fueron uniendo a otros jóvenes, a los más viejos y hasta a los abuelos que caminaban lento pero con el paso firme, como jornalero al atardecer cuando regresa al rancho con su andar pausado pero con el pecho ardiente de ganas de fogón y doña.  

Jesús y Camila forman parte de una generación que se levantó entre conflictos. Antes que se dieran cuenta dejaron el colegio y ya estaban, siendo aún niños, acompañando las causas de libertad. Se acercaban sin ruido, tímidamente y simplemente observaban, marchaban y gritaban. Luego, pasaron adelante sin pedir permiso ni concejo. Alguien les dijo que esperaran su tiempo, que era el momento de otros actores, eso no alteraría su decisión y arrojo. No miraron a los lados, solo al frente, querían escribir su propia historia y lo hicieron.

Al llegar al cruce de las dos avenidas ya no se podía caminar bien. El ambiente estaba impregnado de un entusiasmo único, de alegría contagiosa y de la buena vibra que se siente cuando las cosas van bien. Allí cerca se veía la primera de cinco tarimas y a los grupos que se movían entre una y otra escuchando a los noveles oradores que se expresan en su día. De pronto se les une un grupo de seminaristas, acompañan a monseñor que también vino, sin sotana y sin reparo, a sumarse al pedido de ayuda humanitaria, al calor de justicia y al grito de libertad.

En la espera para tomar su turno en la improvisada tarima, Jesús y Camila se encuentran. Él tiene rato aguardando y ella recién llega. El joven se persigna y respira profundo para tomar impulso, le han llamado para que suba. En ese preciso instante una veloz silueta pasa a su lado y se le adelanta. En un salto sin garrocha se encarama en el chuto para tomar el micrófono. Carlitos que está moderando mira y sonríe con solidaridad fingida al despojado orador. Jesús salta tras Camila y casi se abalanza sobre ella. El ese momento una mirada feroz y penetrante como un rayo lo inmoviliza. El se detiene derrotado y levanta las dos manos en señal de rendición. Una sonrisa dulce seguida de un gesto indescriptible paraliza al muchacho.

Ella toma el micrófono y comienza su discurso con aplomo y seguridad. Habla de la ayuda humanitaria, de las ganas de quedarse en Venezuela. Cuenta que aquí quiere graduarse, enamorarse, casarse y parir a sus hijos. De pronto y sin pensarlo termina con una frase conocida ¡Vamos bien Venezuela! La gente corea y se abraza sin importar el sudor copioso y el olor a calle y a marcha. La presencia fulgurante de esa hembra se apodera de la conciencia de un Jesús embelesado, vencido, dominado.

Termina la chica, bate el cabello  y salta del camión. Sigue con su grupo hacia la otra tarima abrazando a su panas que la felicitan. Ella camina unos pasos y vuelve la cara nuevamente hacia él. Se miran y en ese momento dos almas se unen en explosión cósmica. Allí mismo, en esa avenida, nació el amor, el milagro más grande y eterno, el hacedor de vidas y sueños, el que se siente adentro, profundo, pero que brota por los poros del que ama, con aroma de ganas y sabor a tentación.  

Han pasado dos días y ya es catorce. De pronto suena el timbre de la casita en San Blas, ese pueblito bonito que vive dentro de la ciudad. Sale Camila y encuentra las flores, cortadas por alguien de su propio jardín. Una nota escrita delata al culpable. Te espero a las cinco en La Glorieta se lee. Ella suspira y sonríe, cierra los ojos y piensa durante unos momentos. La cosa es seria, parece.

-Mamá préstame el baño que me voy a duchar. -¿Pa dónde vas mija? ¿Otra reunión de los estudiantes? -No Má, que va. Voy a salir con un chamo que me está gustando.

La Señora detiene su paso en la cocina y la mira con preocupación.  -No Mami, no sé, pero te digo algo: Este tipo es buenmozo, además habla bien. Será un amor de tres.

-¿Cómo es eso Camila? Tú estás loca. -Si Mamá, creo que somos un trío. Un verdadero triángulo amoroso.  El, Venezuela y yo.

-Ah muchacha, me asustaste. Dios te cuide mi princesa rebelde y bendiga a tu generación en los albores de este nuevo amanecer.

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