Ángel Medina: Aislados en el poder


Caracas, 14 de octubre de 2015.- La disonancia que existe entre la realidad y los que actualmente están en el poder se evidencia cada día; se hace notorio que, con el pasar del tiempo, el propio ejercicio de lo público y de la conducción del gobierno los ha ido alejando de aquellos a quienes pretenden gobernar. Las distintas barreras que se han construido alrededor de los altos personeros permiten esa distancia y hacen posible que existan dos niveles reales, antipáticos y poco sanos sobre el ejercicio de los derechos y deberes pero, sobre todas las cosas, esa lejanía con que se siente y se ve al mando hace de las instituciones un instrumento débil para proteger la Democracia.

Y es que existe una profunda distorsión en lo que ve el poder, en su traducción de los sucesos, actos y movimientos de la sociedad, economía y política internacional. No aprecian con totalidad lo que sucede porque tienen condicionantes reales y cotidianos que lo impiden. El primer condicionante es, por supuesto, el propio espacio de poder que se detenta donde las oficinas se hacen grandes pero su acceso es una odisea con extrema seguridad que evita el acercamiento a cualquier sospechoso que, para los efectos, es cualquiera dejando, así, libre la propia retroalimentacion sin sentido que se da cuando sólo se mantiene relación con aquel o aquellos, que piensan lo mismo, que también tienen poder, que es compañero de la causa y el partido y que, sin duda, sus quejas, preocupaciones y propuestas poca o ninguna diferencia tienen del otro.

El segundo condicionante es la propia estructura de vida que se forja cuando se está en el poder; se crea un ambiente sobresaturado de colaboradores, amigos, asistentes y lugartenientes que poco espacio permiten, al funcionario, para tener una leve aproximación a lo que sería su vida como ciudadano normal. Todo está resuelto y lo que está por resolver se ordena; no se perciben las limitaciones porque, sencillamente, no existen; ir de un lado a otro es cosa de aparataje y movilización previa; hacer mercado se transforma en un rumor; ordenar la cama en una leyenda y lavar el carro en un recuerdo  muy lejano del pasado. Ni pensar entonces que, quien ha percibido esas mieles durante los últimos 5 u 8 años, tenga una idea de lo que significa sentirse inseguro, tomar el autobús, hacer la cola para el arroz, pagar las facturas o, simplemente, pararse a tomar un café (sin leche) en cualquier panadería de cualquier esquina.

Pero el tercero y más complicado de los condicionantes es la posición política que se debe defender; el dogma ideológico que debe estar por encima de toda realidad, de todo evento y, con seguridad, debe marcar toda decisión y discurso. Esta presión de estar secuestrado por tanto lugar común, frase elaborada y guion oficial te impulsa a evadir, a reinventar el agua tibia e interpretar algo que, para los ojos del mundo, no necesita interpretación. 

Esos condicionantes permiten que, cada vez, la distancia sea mayor y que la propia costumbre del ejercicio del poder limiten los sentidos y la reflexión; permite que se lancen, de cuando en cuando, frases infelices como “con hambre y sin empleo…”, “comeremos piedras fritas…” y “las colas son sabrosas...” Todas ellas evidencian la sordera del poder, la tragedia del gobernado y el poder del voto que cada uno de nosotros debe ejercer para cambiar esta situación.

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