Ángel Medina: Abajo la desesperanza


Bolívar, 25 de septiembre de 2015.- Son muchos los países que han logrado superar momentos de terribles crisis y encauzar caminos para la reconstrucción de sus instituciones, el fortalecimiento de su economía y la consolidación de una nueva sociedad. Son muchas las naciones y en especial, muchos los líderes que han participado en transformaciones reales e increíbles de su entorno, creando modelos de desarrollo y ejemplos imitables de políticas públicas.

Por ejemplo, lo que se denomina el “milagro Alemán” que se dio en época de posguerra y que permitió a una nación devastada en todos los sentidos, salir adelante y ser hoy una de las bases más sólidas de la Unión Europea; el increíble desarrollo alcanzado por Corea del Sur, un país que hasta hace 70 años no figuraba en ninguna lista de naciones desarrolladas, ha sido el producto de una industria de la innovación y creación que se sustenta en la capacidad de su recurso humano más que en la posesión de recursos naturales y materias primas, que no las tienen; el paso del país rural al modelo de nación desarrollada que hoy significa Finlandia, que tomó como columna vertebral de su progreso a la educación; o sin irnos demasiado lejos, el crecimiento experimentado por Colombia en las últimas tres décadas, un país que lucha hoy por alcanzar la paz, pero que dejó de ser presa de la violencia generalizada y hoy goza de una economía sana y en crecimiento. Son tantos los casos que podemos enumerar, todos provenientes de distintas culturas, con distintos modelos políticos, enmarcados en una geopolitica tan distantes entre si, que solo es posible afirmar, que las naciones no se acaban, mucho menos las instituciones de los países, que siempre es posible, y así la historia no los ha demostrado, reconstruir a una sociedad resquebrajada y encontrar caminos para el desarrollo.

Llegando a nuestras fronteras, Venezuela no puede ser la excepción. Con una crisis generalizada, muchas personas sienten que nada puede cambiar, que las cosas jamás van a cambiar, se instaló una especie de visión catastrófica del presente y del futuro y en consecuencia, se rechaza cualquier gesto que pueda proponer un cambio real. En todos los recorridos realizados por el país, pero en especial por los municipios del Estado Bolívar, la desesperanza aparece en boca de algunos, ese pesimismo que niega a la política y descalifica cualquier opción, no está solo presente en la clase media, sino que se siente en los sectores más populares.

El tema está en cómo romper con este sentimiento que se anida en las conciencias y corazones de un sector de la población. Esta no es tarea sencilla, pero sin duda, el mejor recurso es la sinceridad, dejar claro que los problemas que se padecen son estructurales, en muchos casos difíciles de resolver cómo la inseguridad por ejemplo, pero que no por complicados son imposibles de superar, que por arte de magia no aparecerán las soluciones, pero que con trabajo y aprovechando el momento comenzarán los cambio que nos lleven a una mejor condición de vida.

Sumar además, hombres y mujeres de la propia comunidad, que sienten alegría y deseo de cambio, también sirve de fuerza engrandecedora y contagiante, explicar con la confianza que produce la cercanía, que es momento de pensar pro activamente.

Abandonar la desesperanza no es tarea sencilla, para algunos, comenzar a creer que las cosas pueden ser distintas y mejor no se da tan fácil, pero por más que exista esa especie de nube gris sobre nuestras expectativas, nos corresponde seguir influyendo sobre los demás, para decirles “es posible y real reconstruir el país, es posible y real una Venezuela de Progreso”.

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